La Danza de los Cuchillos

La misión de infiltración comenzó en las sombras de la noche. El T.C. James  y su escuadrón se movían con una destreza silenciosa, como sombras acechando a su presa. Las armas de fuego permanecían ocultas, ya que su éxito dependía de la discreción. En aquella oscuridad, solo los cuchillos brillaban con un resplandor mortífero.

Cada golpe, cada movimiento, era una coreografía mortal ejecutada con precisión milimétrica. Los cuchillos cortaban el aire con ferocidad, encontrando su objetivo con una puntería infalible. Los enemigos caían uno tras otro, sin siquiera saber qué les había golpeado. El teniente coronel Montgomery y su escuadrón demostraban su maestría en el arte de la guerra cuerpo a cuerpo.

La oscuridad era su aliada, envolviéndolos como un manto protector mientras avanzaban sigilosamente. Los cuchillos se deslizaban entre las manos de los soldados con elegancia letal, dispuestos a cumplir su cometido. Cada miembro del escuadrón había sido entrenado para manejar aquellos filos con precisión y destreza, convirtiéndose en extensiones de sus propios brazos.

El T.C. James lideraba la danza de los cuchillos con maestría. Sus movimientos eran fluidos y coordinados, como si bailara al ritmo de la batalla. Cada vez que su hoja se encontraba con la carne del enemigo, su determinación se reflejaba en sus ojos.

La noche se llenaba de susurros silenciosos, intercalados con el sonido sordo de los cuerpos cayendo al suelo. El escuadrón avanzaba con cautela, desactivando silenciosamente a los enemigos que se cruzaban en su camino. Los cuchillos se movían con una precisión mortífera, encontrando los puntos vulnerables de sus oponentes y cortando cualquier intento de resistencia.

El enemigo, sorprendido por la eficacia de aquellos filos letales, se sumía en el caos y la desesperación. Los soldados del teniente coronel Montgomery se convertían en sombras implacables, eliminando a sus contrincantes sin piedad. La danza de los cuchillos continuaba, tejiendo una telaraña de victoria a su alrededor.

La batalla parecía interminable, pero El T.C. James y su escuadrón no flaqueaban. Sus cuerpos estaban cubiertos de sudor y sus manos se aferraban con firmeza a los mangos de los cuchillos, pero su determinación no menguaba. Sabían que aquel enfrentamiento era crucial, y estaban dispuestos a darlo todo por la victoria.

Finalmente, el silencio se apoderó de aquel oscuro rincón de Berlín. Los enemigos habían sido derrotados, su resistencia aniquilada por la letalidad de los cuchillos. El T.C. James y su escuadrón se reunieron, respirando agitadamente pero con una sensación de triunfo indescriptible.

La danza de los cuchillos había llegado a su fin, dejando a su paso el rastro de la victoria. Aquel capítulo de la historia de Berlín estaba escrito con sangre y valentía, con el acero como protagonista. El T.C. James y su escuadrón se prepararon para el próximo desafío, sabiendo que su destreza con los cuchillos sería su arma más poderosa.

Continuará…

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